Alejandro Jodorowsky es uno de los pocos cineastas en la actualidad reconocible por un mero fotograma.
Luego de veinte años de silencio, de intentos fallidos, ideas dejadas a medias e incursiones fuera del mundo del cine, el realizador chileno regresó a la pantalla grande con La danza de la realidad (2013). Tres años después, nos ofrece Poesía sin fin (2016), una obra digna de ser la culminación reflexiva de una vida dedicada al arte, con todo el drama y frustración que ello implica.
La película lleva al espectador a una serie de pasajes en donde la realidad y la fantasía se mezclan, ya sea porque la segunda invade el terreno de la primera, o porque sencillamente son indisociables e igualmente reales. Con esta estética, Jodorowsky revive episodios de su vida, entre ellos sus intentos de ser poeta, su adolescencia, la relación con su padre, intentando comprenderse a sí mismo y el mundo a su alrededor.
Adán Jodorowsky y Alejandro Jodorowsky en Poesía sin fin. |
Jodorowsky es conocido por dos cosas principalmente: la psicomagia (una especie de tratamiento de su invención que combina lecturas del Tarot y psicoanálisis) y haber creado las midnight movies, un subgénero de películas que, como su nombre lo indica, eran exhibidas de noche, usualmente en cine independientes, underground y que estaban fuera de los circuitos comerciales.
Las midnight movies eran abiertamente transgresoras, mezclando elementos de religión, sexualidad, violencia y misticismo. Existe un consenso sobre que El Topo (1970), segundo largometraje del director chileno, es la primera en iniciar esta tendencia. La simbología misticista ha estado presente desde entonces en su trabajo, llegando a su punto máximo en La montaña sagrada (1973), proyecto financiado por nada menos que Allan Klein, manager de The Beatles. Según parece, John Lennon y George Harrison habían quedado fascinados con El Topo, y pidieron a Klein ponerse en contacto con el director para su próximo proyecto.
La estética del director puede resultar disonante, incluso incomodar, especialmente en circuitos más comerciales. Pero el viaje que plantea con sus imágenes es uno que vale la pena experimentar.
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